Soy, Priscila, líderesa, maestra y predicadora en el movimiento de Jesús.Me casé con Aquila, también judío como yo. Ambos nos ganábamos la vida como artesanos de tiendas de campaña (Hch. 18.3). Vivimos en muchos lugares, incluso en Roma, de donde fuimos expulsados por razones políticas y religiosas (Hch. 18.2). Fuimos siempre una pareja muy buscadora e itinerante. Por esta razón llegamos a Corinto y allí conocimos a Pablo.
El Evangelio que anunciaba, su forma de vida y su mensaje de universalidad e inclusión, fue toda una revolución en la nuestra. Le abrimos nuestra casa y nuestro taller y con él y otras mujeres y hombres entusiasmados por la utopía y la subversión del evangelio nos hicimos misioneros itinerantes. Formamos un auténtico equipo de vida.
Lo que más me atrajo de la Buena Noticia de Jesús es que no había en ella ninguna subalternidad entre hombres y mujeres. Todos y todas: mujeres, hombres eunucos, esclavos, libertos éramos reconocidos con la misma dignidad y respeto. En nuestras comunidades compartíamos bienes y dones, todo era de todos y todas, aunque también teníamos conflictos. No había entre nosotros ninguna jerarquía. La mayoría éramos laicos.
Tampoco teníamos lugares especiales para reunirnos, orar y celebrar la memoria subversiva de Jesús. Lo hacíamos en nuestras casas y al partir el pan y el vino nos comprometíamos en común a correr la misma suerte que Jesús en el compromiso con la justicia, la fraternidad y sororidad universal. Éramos comunidades domésticas. Algunas de ellas, como la de Filipos, estaban lideradas por mujeres o por parejas, como era el caso nuestro, que lideramos la comunidad de Roma.
Yo siempre tuve don de palabra, el Evangelio se me salía por la boca. Aquila, mi marido fue siempre un gran hombre y un cristiano muy coherente. pero mi predicación llegaba más fácilmente al corazón de la gente. Tuve mucha autoridad como maestra y predicadora. Por eso mi nombre aparece en numerosas ocasiones en el Nuevo Testamento antes que el de mi marido, como cuando, por ejemplo, tuve que explicarle a Apolo, el famoso líder elocuente de Alejandría. todo lo referente al movimiento de Jesús, el Cristo (Hch.18.26). Apolo se dejó enseñar por una pareja, en la cual la mujer tenía más autoridad como maestra y predicadora que su marido.
Siempre me llamó la atención disponibilidad de algunos líderes varones elocuentes, que dentro del movimiento de Jesús reconocían la capacidad de las mujeres y la igualdad entre los sexos, y no se dejaban llevar por los valores discriminatorios de la sociedad patriarcal. Lo aprendimos de Jesús, decían ellos, aunque a otros les costaba mucho y no lo entendían del todo.
Yo, Priscila, puedo afirmar que hasta ahora no hemos visto una manera de organización tan igualitaria en sus relaciones, solidaria y comprometida como nuestras casas-iglesias. Es cierto que en algunas asociaciones admiten esclavos y mujeres como iguales, pero sin embargo a quien lleva el patronazgo en. Jesús nos enseñó que el mayor debe servir al menor. Las mujeres nos sentimos acogidas y respetadas. Somos muchas las que hemos encontrado en las comunidades cristianas un espacio de libertad, y también de resistencia a la marginación de las mujeres.