(Juan 20,1-9)
En lo relatos de la Resurrección de Jesús el protagonismo de Maria Magdalena y las mujeres es evidente. Sin embargo, su huella fue neutralizándose progresivamente en la historia del cristianismo en aras de la construcción cultural de la subordinación de las mujeres, lo cual “chirriaba” con el papel de liderazgo que tuvieron en el movimiento de Jesús.
Las mujeres que acompañaron a Jesús siguiéndole y sirviéndole con sus bienes, como recoge el texto de lucas 8,1 fueron también aquellas que aparecen acompañándole hasta la cruz (Mc 15,40-41), cuando la mayoría de los discípulos varones le abandonan. Muchas de ellas aparecen de nuevo en las narraciones del entierro, la tumba vacía y las apariciones.
Su papel como testigos de las prácticas liberadoras de Jesús, incluyendo en sus propias vidas, las capacitó para mirar la realidad más allá de la apariencia y experimentar, como María Magdalena aquella primera mañana de Pascua, que la tortura, la complicidad del poder político y religioso, un juicio injusto y la condena a una muerte maldita como era la crucifixión no podían acabar con tanto amor y esperanza como la vida de Jesús había desplegado.
El Dios Abba, Todo misericordia y cuidado que Jesús les había revelado las empujó, más allá de toda lógica, a ponerse en marcha para ungir aquel cuerpo roto por amor y fidelidad a la Buena Noticia de Dios con los y las más insignificantes y excluidas
El Evangelio de este domingo narra esta experiencia desde el sobresalto de María Magdalena ante la tumba vacía y su anuncio, pero progresivamente va dando el protagonismo no a ella, sino al papel de los varones que lo confirman.
Del mismo modo la iglesia ha ido reproduciendo y lo sigue haciendo, la invisibilidad y la subalternidad de las mujeres, pese a que es inimaginable hoy en el mundo una iglesia sin el papel activo de las mujeres en ella,
La Pascua de Jesús nos urge a hacerlo todo nuevo y con la ayuda de su Ruah a alumbrar una nueva iglesia construida sobre el cimiento de su cuerpo encarnado y resucitado también en los cuerpos rotos de las mujeres por la pobreza y la violencia patriarcal y donde nadie quede excluido por su condición, de género, clase, sexo, raza.
¿En qué medidas nuestras comunidades somos sensibles a los gritos y los anhelos más profundos de las mujeres que claman liberación, sanación, justicia?
¿Reconocemos hoy entre nosotros y nosotras a las nuevas Magdalenas, Marías, Juanas Salomes? ¿Qué buena noticia y a que cambios nos urgen para resucitar la iglesia?.
Pepa Torres Pérez