Recordamos, el 6 de febrero, la muerte de 14 personas y la desaparición de una más en la playa del Tarajal cuando intentaban cruzar la frontera. La diferencia con otras tantas muertes en la frontera es que, en esa ocasión, mientras estas personas se ahogaban, Guardias Civiles desde la costa, a escasos metros, disparaban bolas de goma y botes de gases lacrimógenos para que estas personas no llegaran a pisar la playa. Bien podrían haberles auxiliado, pero esa madrugada, se dio la orden de disparar. Ponían en riesgo nuestra seguridad.
Ojalá esas muertes en la frontera nos hubieran hecho pensar en que cuando una frontera causa la muerte de un sólo ser humano algo falla en nuestro mundo, aunque solo sea, la negación del artículo primero de la Declaración de los Derechos Humanos. Pero todos sabemos que no fue así. A esas muertes les han seguido miles de muertes, a esa desaparición miles de desapariciones. Las familias rotas esa madrugada por la frontera no son, ni por asomo, las últimas familias rotas por la única razón de querer proteger una forma de entender el mundo. Un mundo que para existir necesita excluir de él a la gran mayoría de los seres humanos, convirtiéndoles en invisibles, descartables, inviables… cualquier palabra que no trasluzca que esas personas son como tú, como yo.