lunes, 6 de febrero de 2017

MEMORIAL TARAJAL. VICTIMAS DE LAS FRONTERAS. 6F 2017



Recordamos, el 6 de febrero, la muerte de 14 personas y la desaparición de una más en la playa del Tarajal cuando intentaban cruzar la frontera. La diferencia con otras tantas muertes en la frontera es que, en esa ocasión, mientras estas personas se ahogaban, Guardias Civiles desde la costa, a escasos metros, disparaban bolas de goma y botes de gases lacrimógenos para que estas personas no llegaran a pisar la playa. Bien podrían haberles auxiliado, pero esa madrugada, se dio la orden de disparar. Ponían en riesgo nuestra seguridad.

Ojalá esas muertes en la frontera nos hubieran hecho pensar en que cuando una frontera causa la muerte de un sólo ser humano algo falla en nuestro mundo, aunque solo sea, la negación del artículo primero de la Declaración de los Derechos Humanos. Pero todos sabemos que no fue así. A esas muertes les han seguido miles de muertes, a esa desaparición miles de desapariciones. Las familias rotas esa madrugada por la frontera no son, ni por asomo, las últimas familias rotas por la única razón de querer proteger una forma de entender el mundo. Un mundo que para existir necesita excluir de él a la gran mayoría de los seres humanos, convirtiéndoles en invisibles, descartables, inviables… cualquier palabra que no trasluzca que esas personas son como tú, como yo.
Y cuando se acercan tanto a nuestra frontera como aquella madrugada, optamos por disparar botes de humo lacrimógeno, no fuera a ser que llegáramos a ver su rostro. Y hablamos de avalancha, invasión, asalto. Cuanto más bélica sea la palabra mejor, no vaya a ser que nos demos cuenta de que las personas que cruzan la frontera lo hacen armados de garfios para escalar o de palos para remar.

Y poco a poco, hemos construido ese no-lugar en Ceuta, en Melilla, en cada una de las fronteras que separan el mundo enriquecido, de los nadies, los descartables, los invisibilizados. Pero por mucho que Europa mire a otro lado, por mucho que critiquemos el muro de Trump, por mucho que Rajoy diga que no cree en las fronteras, hoy, personas morirán cruzando. Hoy, personas desaparecerán entre las olas y sus familias empezarán a esperar una llamada que nunca sonará.

Por eso hoy y cada día, debemos agujerear las fronteras, la frontera de la indiferencia, doliéndonos cada naufragio, cada devolución en caliente, cada cuerpo varado en cualquier playa, cada redada policial en nuestras ciudades deteniendo sólo a los que tienen la piel de otro color.

Debemos agujerear las fronteras acompañando en su llanto a las familias que han perdido a su hijo o hija, a su hermana o hermano, a su madre o padre, y exigir que se les reconozca la condición de víctimas, poniendo todos los medios que sean posibles para que cada familia sepa dónde y cómo murió su ser querido. Dónde reposa su cuerpo, como primer paso para convertir el dolor en justicia, para reparar el daño causado.

Debemos agujerear las fronteras devolviendo el nombre a los sin nombre y, para ello, deben tener su sitio en la tierra. Y si, para eso, debemos devolver los sitios usurpados, no podemos seguir consumiendo siete tierras en un año, no podemos seguir viviendo nuestra vida a costa de los que no viven.

Debemos agujerear las fronteras para que el viento siga libre, para que la vida no muera, para que en la arena de la playa las niñas y los niños de esta única tierra solo jueguen y no mueran.

                                                 Roberto Borda. Asociaciòn APOYO.