En las primeras comunidades cristianas el liderazgo de María Magdalena como apóstol de los apóstoles fue indiscutible a la vez que problemático por su condición de mujer. María Magdalena, formaba parte del grupo que permaneció fiel a Jesús hasta la cruz y que al día siguiente de su muerte junto con otras mujeres acudió al sepulcro con perfúmenes y ungüentos para honrarle. Su inmenso dolor no la dejó paralizada, sino que continuó manteniéndose anhelante y en búsqueda superando la tentación de instalarse en el dolor y la nostalgia. Al escuchar su nombre, por boca de Jesús, reconoció en él a su Rabbuni, a su Maestro, y eso la transformó en su testigo para siempre. Como a Magdalena, el Resucitado nos sale al camino en el espesor de los acontecimientos y nos recuerda que no hay que buscarle entre los muertos, sino en la entraña de la vida. No urge a ser sus apóstoles para lo cual es necesario vivir “soltando”. Decir hola a lo nuevo y a lo que despunta como alternativo hoy en nuestros ambientes y adiós a lo que se va quedando rancio en nuestro modo ser de estar y estar en el mundo como seguidores y seguidoras de Jesús. ¿Qué es lo que el Señor nos está pidiendo que abandonemos, que soltemos para poder reconocerle como El Viviente, hoy, aquí y ahora? ¿A qué novedad nos inspira hoy su Espíritu y nos acompaña como comunidad?.