Jesús se conmueve ante sabiduría de los y las pobres y su sensibilidad para captar su mensaje. Son precisamente los más despreciados y excluidos quienes con más sencillez van abrirse a su Buena Nueva. Los poderosos e influyentes están demasiado ocupados en defender sus propios intereses y en construirse un dios a su medida que no entre en contradicción con ellos. El verdadero conocimiento no lo otorgan los curriculum académicos o el status económico, sino la sabiduría del corazón que nace del dejarse afectar por las vidas de otros y otras. Frente a una cultura del descarte que genera exclusión y desprecia a las personas empobrecidas, Jesús se goza y agradece la elección de Dios por los pequeños y la exigencia de conversión desde ellos. La universalidad del amor de Dios empieza por los últimos y últimas. Por eso Jesús se experimenta a sí mismo como misericordia del Abaa para quienes la ida les resulta una pesada carga.