Jesús es sensible al poder del mal en la vida de los inocentes y reacciona frente a ello. Así sucede en este texto en el que el sufrimiento padecido genera una impotencia y una desesperación difícil de mantener y pone a prueba la fe, como le había sucede al padre del muchacho enfermo. El encuentro con Jesús le hace consciente de su situación y de ahí su grito desesperado: Creo, pero ayuda a mi poca fe.
También los discípulos participan de esta impotencia e increencia. Han intentado liberar al muchacho, pero no han podido porque lo hacían apoyados en sus propias fuerzas. Sin embargo, Jesús le sana, le coge de la mano y le ayuda a ponerse en pie. Le restituye e integra en la comunidad con su práctica compasiva ante la perplejidad de todos.
Hay situaciones límites donde la impotencia se masca en toda su densidad que ponen en prueba la fe, la confianza en las personas y el hecho mismo de que los cambios sean posibles. Jesús nos ayuda caer en la cuenta que estas situaciones liminales son un reto para la fe y que sólo podemos mantenernos en ella de forma esperanzada y compasiva con ayuda de la oración y poniendo toda nuestra confianza no en nosotros y nosotras mismos, sino en Dios.