El perdón toca el límite de lo humano. No se perdona por voluntad o por racionalidad. Cuando la mentira, la violencia, el desprecio o la injusticia hieren a las personas el corazón ha de ser sanado por la misericordia para que de ella, como una fuente, brote el perdón. Por eso el perdón, como la sanación, frecuentemente más que un acto es un proceso y es un don, aunque requiera el cuidado de actitudes como la magnanimidad del corazón y ponerle freno al resentimiento y al victimismo. Por eso el perdón aunque es el límite de lo humano es también expresión de su grandeza, del ser criaturas a imagen y semejanza de Dios. El Dios de Jesús, todo compasivo con la debilidad humana y olvidadizo de nuestras miserias, está empeñado en que abramos el corazón a su gracia para liberarnos de la ira o del deseo de revancha. Ser alcanzados y alcanzadas por su misericordia nos hace ser cauces de ella aun en las situaciones más extremas.
Una red de mujeres que nos sentimos convocadas por la vivencia de la espiritualidad ignaciana pensada y vivida con perspectiva de género y a la luz de nuevos paradigmas teológicos.