De la decepción a la desinstalación y la fe (Lc 24,13-35)
La decepción de los de Emaús ante la muerte de Jesús les impide inicialmente reconocer que es el mismo el que va a su lado como compañero de camino. Su conversación les mantiene distraídos porque les ancla más en un pasado, donde sus expectativas han fracasado, que, en el presente, donde el Señor de la Vida quiere salirles al paso. Sólo cuando Jesús se pone a interpretar con ellos las Escrituras y sobre todo en la fracción del pan, es cuando reconocen la presencia viva de Jesús que les hace arder el corazón y les remite a la comunidad y a una misión. También nosotros y nosotras podemos padecer el síndrome de los de Emaús, estar más en el dolor por el fracaso de nuestras expectativas ante la realidad que en el reconocer las señales de nueva vida que existen también en nuestros ambientes. El mejor antídoto contra este síndrome es ayudarnos como comunidades a hacer lectura creyente de la realidad, que va siempre más allá de los datos meramente sociológicos o empíricos y sobre todo compartir y repartir el pan de la vida con quienes nos vamos encontrando por el camino de la vida y nos urgen a desinstalarla.