La decisión de dar muerte a Jesús, como tantas muertes injustas y violentas hoy en nuestro mundo no fue un hecho fortuito ni aislado sino la consecuencia de una forma de estar en la vida desde la solidaridad con los últimos que resultaba tremendamente incómoda y desinstaladora para el poder religioso y político. Jesús no murió de forma natural, sino que a Jesús “le arrancaron de la tierra de los vivos”. Jesús murió porque los hombres matan y a esto le otorga al cristianismo una dimensión crítica y conflictiva que no podemos ignorar ni edulcorar. Como creyentes no podemos pasar por alto, con los aterrizajes concretos que esto conlleva en nuestra vida, las páginas incómodas del Evangelio y adaptarlo a nuestra conveniencia. El Evangelio no es un manual de autoayuda, sino una memoria peligrosa, lo cual no significa exaltar el dolorismo, sino hacernos conscientes de las consecuencias del amor.